Patrimonio Histórico>Convento y cementerio de San Diego> Anécdotas
Feliza Guerra abre la celda 06 del padre Manuel Almeida, quien entró a la orden a los 17 años. Se revela en excelente estado, como si el sacerdote se aprestara a dejar su cama trenzada con cuero de vaca, tomar la guitarra vieja, de cinco cuerdas, que cuelga en una blanca pared y lanzarse a la fiesta nocturna apoyándose en el hombro de Jesús crucificado.
La celda se localiza en el segundo piso, ala sur, del convento. Se llega tras caminar por un largo corredor de madera que cruje. En esta zona hay 22 celdas de novicios. En la celda hay un misal, un reclinatorio, una maleta de cuero, un aguamanil, una mesa pintada con un bello paisaje campestre; una casulla.
La leyenda dice que Jesús, cansado de que el padre Almeida se apoyase en su hombro para ir a farrear, le espetó: ¿Hasta cuándo padre Almeida? Hasta la vuelta Señor, respondió.
Tras innumerables salidas, el inquieto cura soñó que asistía a su propio funeral. Se regeneró, se volvió místico y piadoso (siglo XVII). En el barrio San Diego, de calles empedradas, casas de adobe de amplios patios y balcones de geranios, habitaron personajes que llegaron a ser oficiales de alto rango del Ejército y de la Policía: Mario Cevallos, Hugo Villavicencio, Guillermo Durán Arcentales y Luis Aguas (héroe del Cenepa).
En la calle Carabobo se forjó el trío Los Embajadores y en la plaza Victoria las hermanas Mendoza Suasti. Fue el hogar de diestros artesanos como Segundo Guano, quien hacía sombreros para presidentes y diplomáticos, y de Víctor Manuel Báez, sastre destacado.