Patrimonio Histórico>Convento de El Carmen Alto> Historia
Al pasar la puerta de El Carmen Alto se percibe un olor de otro tiempo, como salido de un arcón. Es de flores guardadas que acompaña el recorrido por un largo zaguán de maderas que crujen al pisarlas. Luego se abre un espacio de luz y asoma un jardín en el que se yergue una bella estatua de la Virgen de El Carmen, la patrona, ataviada con el hábito café de la orden, y llevando al Niño en brazos. Allí crecen rosas, geranios y blancas azucenas.
La madre Verónica es la priora del claustro, localizado en las calles García Moreno y Rocafuerte. Ofrece una sonrisa de bienvenida a las visitas. E invita a los sitios más reconocidos de este convento, antigua casa de Santa Mariana de Jesús, la primera santa ecuatoriana. El museo será reabierto en diciembre del 2013. Está conformado por 400 obras de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, entre óleos, tallas, orfebrería y objetos de su cotidianidad.
Las dos habitaciones de la fábrica de vino se hallan en un nivel más alto del jardín principal y huelen a caramelo. Las botellas etiquetadas sirven para las misas de varios templos quiteños, en especial los del centro, y para el público.
En 25 grandes barriles de roble se fermenta el vino cuyo ingrediente principal son pequeñas pasas importadas de Chile. Es delicioso por el sabor dulce de la pasa y un tenue sabor a madera.
La hermana Laura, quien lleva 10 años en la orden, cumple al pie de la letra la antigua receta que dejó un sacerdote español hace muchos años.Por el torno, localizado en la calle Benalcázar, venden este sabroso vino y otros manjares.
Pasamos a otro jardín, cercano a la huerta. En una esquina se aprecia una estatua de Santa Mariana llevando una azucena en sus manos. Atrás, el escudo nacional.Las celdas, la capilla, la bodega, en la que decenas de óleos coloniales han sido restaurados, se suceden por este claustro que encanta porque parece una casona solariega de paz y trabajo.
Al retornar al jardín inicial, la Priora cuenta, emocionada, el milagro de la Azucena de Quito, el nombre popular de Santa Marianita. “Lo más notable de este monasterio, dice, es que fue la casa de Marianita de Jesús, quien antes de dejar este mundo, en 1645, a los 26 años, donó la vivienda a la orden de las Carmelitas Descalzas, con el apoyo de su hermana mayor, doña Jerónima, pues los padres habían muerto”.
Según la madre Verónica, la futura Santa Mariana iba todos los días, desde que tenía 12 años, a orar en la vecina iglesia de La Compañía. 1645 fue un año difícil: las pestes asolaban Quito y Riobamba; erupcionó el volcán Pichincha. El padre Rojas, desde el púlpito, confesó que iba a entregar su vida por los cientos de enfermos. Entonces Marianita de Jesús, en medio de la misa, respondió: No padre, Usted es necesario para la comunidad; yo ofrendaré mi vida por ellos y el Señor.
Ella atendió a los enfermos. Les ayudó con alimentos y ropa, mediante la incipiente medicina.Mariana de Jesús, hija de una reconocida familia quiteña, dueña de una hacienda, tuvo fiebre. Vislumbró la profecía para donar la casa en la que quiso que se levantara la orden quiteña de las carmelitas, la cual cumplió 360 años; hoy ocupa casi una manzana.
A pesar de que los médicos vinieron a practicarle sangrías y a darle infusiones, Mariana de Jesús murió el 26 de marzo de 1645 (el 26 de cada mes, la orden celebra una misa en honor a la santa). Cuando expiró Mariana, una indígena llamada Catalina alertó que en una esquina de la huerta había brotado una enorme y blanca azucena, de un metro y medio de alto, de grandes flores blancas, brillantes como estrellas, y su perfume se extendió como un santo manto por toda la casa. “Fue una gracia mística, reconoce la madre Verónica”, blanca y bajita, oriunda del cantón Bolívar, en el Carchi. “Ella vive aquí, la hemos sentido caminar por la capilla, por los jardines y zaguanes”. “El perfume se esparció como un signo divino; en estos tiempos, una señora incrédula, que nos visitó, al volver a su casa sintió el olor fragante de la azucena; Santa Marianita la acompañó. La señora cambió su vida”.
El hecho místico fue más allá: al escarbar en la tierra, las raíces estaban cubiertas de sangre.